Sobre Supernanny (1ª parte)

Autor del artículo: Ramón Soler
Acerca del autor:
Ramón Soler es psicólogo colegiado experto en Terapia Regresiva Reconstructiva, Hipnosis Clínica, Psicología de la Mujer (Embarazo, Parto, Puerperio) y Psicología Infantil. En la actualidad ejerce su profesión en su propia consulta en la ciudad de Málaga (España). Más información sobre el autor en: www.regresionesterapeuticas.com y www.mentelibre.es.

ENLACE DEL ARTÍCULO: http://www.crianzanatural.com/art/art194.html

Desde hace varios años veo esporádicamente algún episodio de Supernanny, el “reality-show” televisivo de “reeducación conductista”, capitaneado por la psicóloga Rocío Ramos-Paúl. De una temporada a otra nada cambia. Programa tras programa podemos observar el mismo esquema: una pareja desesperada por ciertas actitudes de sus hijos pide ayuda como último y desesperado recurso a la psicóloga de la televisión. La experta se pone en marcha y en un pis pas, y sin problemas de aparcamiento, aparece en la puerta de la casa con una ristra de normas que en apenas 45 minutos provocan que los niños depongan sus “salvajes” actitudes y aprendan a “portarse bien”, como niños buenos y obedientes y, por supuesto, como quieren sus padres.
Desde mi experiencia como psicólogo especializado en violencia infantil, creo que se hace necesario explicar los efectos que causan en las criaturas los métodos conductistas de adiestramiento aplicados por Supernanny en sus programas. Aunque estas técnicas funcionen (durante un breve lapso de tiempo) y consigan que los niños obedezcan, no considero ético su uso como procedimiento terapéutico, tanto por su falta de respeto a las particularidades de la infancia, como por la idea implícita que conllevan de control y manipulación del adulto sobre el niño.
En esta serie de artículos pretendo explicar los efectos a medio y largo plazo sobre los niños de este tipo de técnicas de control de la conducta. Ofreceré, además, alternativas educativas mucho más sanas y respetuosas con la infancia.
Actitudes con las que no estoy de acuerdo.
En este primer capítulo quiero explicar mi desacuerdo con la filosofía general del programa y con algunas actitudes, extremadamente directivas e irrespetuosas con los niños que se repiten en el mismo. Para ello, me basaré en ejemplos del propio programa (de esta temporada y de ediciones anteriores).
El programa es parcial. Siempre se posiciona del lado de los padres y en contra de los niños: los padres son víctimas y los niños sus verdugos.
Durante toda la emisión, el programa rezuma desdén hacia a la infancia, situando al adulto en una posición de poder y superioridad moral, frente al enemigo común, el niño. Esta parcialidad se refuerza con los comentarios del narrador, la actitud de la psicóloga e incluso con el título de cada uno de los programas.
Cada capítulo es nombrado con un título degradante y despectivo hacia los pequeños protagonistas: “No te pierdas el caso de Mercedes y Carlos, dos niños muy guerreros”, “Alba, la reina de los berrinches”, “Joel, Mara y Sheila, tres pequeños terremotos” o “Lucas no para de llorar sin motivo”.
Los niños son protagonistas, muy a su pesar. No creo que cuando sean adultos, ninguno de estos niños esté muy contento con el tratamiento que sus padres y la televisión realizaron de su intimidad, exponiéndola ante millones de personas. Llamadme exagerado, pero esta situación de escarnio público me recuerda aquella lejana época en la que los penados eran exhibidos en la plaza mayor del pueblo o la ciudad, para que todos los vecinos pudieran ir a verlos, insultarles, mofarse, etc.
Me preocupa mucho el hecho de que, programa tras programa, se transmite la idea de que el niño es el enemigo. Los padres son presentados como las pobres “víctimas” sometidas al “capricho” de su(s) hijo(s), y la psicóloga es la salvadora que viene a “liberar” a los adultos, del pequeño “tirano” que les tiene sometidos. ¿Cómo salva a los adultos “mártires” la audaz experta? De una forma en apariencia inocua, pero en el fondo, humillante, manipuladora y torticera. La psicóloga se sirve, para lograr su fin, de métodos centrados en dominar a los niños para que dejen de hacer lo que no quieren los adultos, y/o para forzarles a comportarse como desean sus padres (sin reflexionar sobre la arbitrariedad y/o la idoneidad de esos deseos y órdenes paternas).
En realidad, el niño es la verdadera víctima de esta situación. Nadie se preocupa por lo que siente o por el motivo de su comportamiento; la sociedad, el programa, los padres y la experta sólo quieren que cambie y que sea obediente.
Medio en broma medio en serio, yo siempre digo que, puesto que son los padres los que pagan y traen al niño a terapia, muchos psicólogos tienden a posicionarse de su lado. Los padres son los que pagan las sesiones y, si realmente los expertos se pusieran de parte del niño, rara vez cobrarían. En realidad, el motivo es mucho más profundo que éste. Tanto padres como psicólogos están cegados por la violencia recibida en su propia infancia. Al ser forzados a obedecer a sus padres, tuvieron que renunciar a expresar sus emociones y a escuchar a su intuición. Con el tiempo, se volvieron insensibles a su propio dolor, pero también, al sufrimiento de los demás. Como consecuencia de todas estas carencias que arrastran desde su niñez, una vez llegada a la edad adulta, tanto padres como psicólogos, son incapaces de ponerse en el lugar del niño y empatizar con él.
Muchas personas que vienen a terapia, cuando consiguen descubrir y asumir los maltratos que sufrían en su infancia, cambian radicalmente la actitud hacia sus hijos. Me dicen: “Ahora sé lo que siente mi hijo cuando yo me enfado y le grito” o “No le volveré a forzar a comer algo que no le gusta, igual que no me gustaba que me lo hicieran a mí”. Por eso considero tan necesario que psicólogos y padres tengan la oportunidad de hacer una introspección sincera que les ayude a entender y superar los maltratos recibidos en las propias infancias.
Desprecio por los motivos y las emociones de los niños; sólo les interesa que se comporten como los adultos quieren.
En numerosas ocasiones (varias veces por programa) Rocío repite la idea de que los niños deben saber que los padres son los que mandan. Todas sus recomendaciones van encaminadas a que los padres ejerzan su autoridad e impongan su criterio.
Los niños viven inmersos en un régimen totalitario. Cada una de las rutinas del hogar, desde comerse toda la comida del plato (con cantidades que ni siquiera yo sería capaz de comer) hasta dormir solos en su habitación sin protestar, están basadas en el criterio de los adultos.
Los sentimientos y los motivos de los niños no son tenidos en cuenta; no interesan. Parece como si el niño molestara por el mero hecho de ser niño. Todas las actividades propias de la infancia (jugar, correr, saltar o gritar) son dirigidas por los adultos y, en muchas ocasiones, hasta reprimidas. Se busca que los niños se comporten como adultos en miniatura, sin entender que su punto de vista y su manera de percibir el mundo son totalmente distintos a los de los adultos. Sigue vigente el viejo adagio victoriano de la Inglaterra del s.XIX, según el cual “children should be seen but not heard” (los niños se deben ver, pero no oír).
Uso de técnicas de manipulación de conducta
Las técnicas de modificación de conducta han demostrado su eficacia con palomas, ratones de laboratorio o perros. Muchos psicólogos las utilizan para cambiar algunos comportamientos de sus pacientes (con escaso éxito a medio o largo plazo). Sinceramente, no me parece nada ético aplicar estos métodos para controlar y dirigir las actitudes de los niños. Los niños merecen respeto hacia su condición de niños, hacia su propia realidad infantil (muy diferente a la de los adultos), hacia su idiosincrasia particular. Los niños no se comportan como adultos, porque no son adultos y éste es un hecho que muchos padres y psicólogos, por sus propias carencias, no llegan a comprender.
Los métodos conductistas de adiestramiento buscan un efecto inmediato a base de manipular las consecuencias de las actitudes de los pequeños, por ejemplo, premiar o castigar a los niños según hagan o no hagan lo que los padres desean. Utilizar premios o la (muy utilizada) economía de puntos (acumular estrellitas cuando me porto bien para conseguir un gran premio final) es una manera de manipular. La propia Rocío lo explica en uno de sus últimos programas: “Motivar es: les pico para que tengan ganas de hacer determinadas cosas y sólo haciendo estas determinadas cosas consiguen determinados premios (tele, ordenador, más tiempo en la calle)”.
Muchas personas, incluso la mayoría de los especialistas, se excusan diciendo que, en la vida, todos actuamos para conseguir premios; por ejemplo, trabajamos por el dinero que obtenemos a fin de mes, o corremos para estar en forma. Sin embargo, se les escapa el hecho de que si los niños se acostumbran y toman como norma que todo acto de su vida debe ser recompensado, no harán las cosas porque hayan interiorizado los verdaderos motivos por los que tienen que cepillarse los dientes o por los que no pueden gritar en un hospital, sino porque al final de cada proceso vital van a conseguir un premio. ¿Qué pasará entonces cuando vayan a trabajar y a corto plazo no exista al premio? ¿Qué sentirán cuando no se les pueda comprar algo, aunque se hayan portado como mamá y papá querían? ¿Cómo reaccionarán cuando no les salgan las cosas como ellos querían, a pesar de que todo lo han hecho como los adultos ordenaban?...
Si educamos a los niños en el respeto hacia su autorregulación, hacia sus procesos madurativos y en la libertad, serán capaces de desarrollar al máximo sus aptitudes y podrán dedicarse a lo que realmente les guste y les llene. Evidentemente, cobrarán por ello, pero el dinero no será lo que les motive, no serán personas amargadas e infelices que soportan el trabajo de oficina pensando únicamente en el sueldo de fin de mes. Lo que yo deseo para los niños (y para mis hijos) es que sean libres para vivir y trabajar (disfrutando) siguiendo sus propias actitudes y necesidades, sin imposiciones, ni manipulaciones.
La atención de los padres como motivación para portarse bien.
Aunque los cachetes o cualquier otro tipo de castigo físico son censurables e indefendibles, también existen otro tipo de castigos, más sutiles y arteros, que pueden ser tan o más perjudiciales que el azote. Para mí, uno de los más dañinos es el que utiliza la técnica conductista de la “extinción”, ampliamente utilizado en este reality. Supernanny la explica perfectamente en sus programas; consiste en retirar la atención y no hacer caso al niño cuando hace lo que no deseamos (llorar, gritar, etc.) mientras que le reforzamos, alabándole, cuando hace aquello que queremos que repita (estarse quieto, obedecer o no hacer ruido). De esta manera, el niño aprenderá que si quiere que sus padres le hagan caso, deberá obedecerles.
Me parece indecente utilizar las necesidades básicas de amor, cariño y protección de los niños para modificar su conducta. El niño necesita desesperadamente que sus padres le quieran y le cuiden. El desamparo es una de las peores emociones que puede sentir una criatura. Para conseguir que sus padres le presten atención, el pequeño hará lo que sea, incluso si, para ello, tiene que sacrificar su espontaneidad, su personalidad y, en definitiva, su alma. Condicionar la atención y el cariño de los padres al comportamiento del niño es una cruel forma de manipulación.
Hace unas pocas semanas, en uno de los primeros programas de la nueva temporada, una niña de dos años estaba llorando en el suelo mientras Rocío hablaba con los padres y un hermano mayor. Mientras transcurría la escena, apareció el siguiente rótulo en pantalla: “Soraya insiste para que Laura (la mamá) la coja en brazos”. En esos momentos, la consigna de Supernanny fue: “dile que cuando acabes de hablar con Julio, la atiendes (...). Ella (la niña) no puede hacerte parar tu actividad para que tú la atiendas”. La niña siguió llorando durante un buen rato, tiempo en el que Rocío siguió insistiéndole a la madre que no le hiciera caso hasta que se calmara.
Finalmente, el agotamiento y la desesperación fueron apareciendo en el rostro de la pequeña. Cuando dejó de llorar, mirando al suelo y sollozando desolada, Rocío le dio permiso a la madre para atender a su hija, repitiéndole la idea de que llorando no se consiguen las cosas y que sólo le debe prestar atención cuando esté tranquila.
Esta situación que acabo de narrar representa una de las mayores muestras de violencia, normalizada y televisada, contra la infancia que he presenciado en los últimos años. En unos pocos días, la niña será obediente y sus padres estarán muy agradecidos a la providencial intervención de Supernanny, pero las consecuencias de ese sometimiento tan temprano son terribles. Cuando esa niña sea adulta, tendrá muy interiorizadas ideas como “mis emociones no son importantes”, “no merece la pena expresar lo que siento porque no le interesa a nadie”, o “los demás son los que deciden lo que hay que hacer, yo no puedo hacer nada salvo acatarlo”. Estos patrones de pensamiento son la base de multitud de problemas psicológicos que veo cada día en mi consulta.
Halagos poco naturales.
El tono de voz y la manera de dirigirse a los niños que utiliza Supernanny son tan forzados y suenan tan falsos que dudo que los pequeños los perciban con sinceridad. Palabras como “¡Fenomenal! ¡Bravooooo!” son utilizadas para estimular al niño a que recoja su habitación, ponga la mesa, o haga cualquier otra cosa que los padres entiendan por “portarse bien”. De nuevo, podemos constatar la misma intención de manipular la conducta de los niños, pero las expresiones son tan poco naturales que no resultan creíbles.
Como ejemplo del uso del amor y de la atención de los padres para manipular a los hijos, rescato una de las premisas que el propio programa destaca en pantalla: “cuando el niño inicia la orden dada, es importante felicitarle para que lo repita”. Esta frase resume perfectamente la esencia de estos programas de corte conductista: manipular al niño para que obedezca y haga lo que queramos. Y para conseguirlo, utilizamos el halago. Ya he dicho anteriormente que condicionar la atención y el cariño de los padres al comportamiento del niño es una abominable forma de manipulación. ¿Qué ejemplo estamos enseñando a nuestros hijos si condicionamos nuestro amor hacia ellos a la forma de comportarse? ¿Les queremos porque son nuestros hijos o porque hacen lo que nosotros les ordenamos? Una vez llegados a la adolescencia y a la edad adulta ¿amarán a las demás personas por sí mismas o porque les premian con una sonrisa o una bonita palabra? ¿Trabajarán para autorrealizarse y ser personas plenas, o para lograr unas palmaditas del jefe en la espalda?
Usar expresiones como “¡Estupendo! ¡Muuuyy bieeeen!!” de manera tan exagerada como se utiliza en el programa no enseña al niño los motivos por los que debiera hacer las cosas, sino únicamente a adaptar su comportamiento a lo que desean los demás, para obtener la esperada recompensa de la sonrisa y la muestra de cariño de sus padres. Además, se le está creando al niño la necesidad futura de un reconocimiento exterior para vivir. Cuando sea mayor, este niño “domesticado” no será capaz de proceder en la vida por sí mismo, no podrá reconocer sus propias necesidades, y dependerá de la opinión de los demás para sobrevivir. Los deseos de sus seres queridos prevalecerán sobre cualquier otro motivo personal y se someterá a ellos, sin dudarlo, para lograr el cariño de los demás.
Con todo esto no quiero decir que me parezca mal alabar a un niño o alegrarnos de manera espontánea cuando consigue hacer algo por sí sólo. Es obvio que, cuando somos testigos del crecimiento de nuestros hijos, resulta totalmente natural alegrarse por sus avances y hacérselo saber de manera espontánea. Mostrar a nuestros hijos lo contentos que estamos de verles crecer y aprender cosas nuevas es un sentimiento muy sano y positivo. Lo que denuncio es el uso de la atención de los padres para manipular su conducta intencionadamente. Hay una enorme diferencia entre un “¡Qué bien!” natural y espontáneo, y un “¡Muuuyyyy biieeeenn!” intencionado y falso. Y lo niños aprecian claramente esta diferencia.
¿Algo positivo?
A pesar de mis disconformidades con la filosofía de este tipo de programas, debo decir que no todo me parece reprobable. En alguna ocasión, Rocío sí que les da algunos consejos prácticos, de sentido común, que unos padres en situaciones tan extremas pueden aprovechar. Les dice, por ejemplo, que si nosotros etiquetamos al niño, el niño terminará asumiendo y cumpliendo el papel que le otorguemos. A veces, también les advierte de que los niños imitan lo que ven y que ellos mismos son los primeros que tienen que dar buen ejemplo con su comportamiento.
Hasta aquí llega este primer capítulo. En el siguiente artículo seguiremos profundizando en este tipo de programas para entender por qué no sirven de nada las técnicas que emplean.

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